LA BELLA Y LA BESTIA (1946). Un clásico de Jean Cocteau.

la bella y la bestia 1946
En una época donde el realismo en el cine causa furor, con la particular influencia del neorrealismo italiano, que conectaba íntimamente con un público desencantado con la realidad de la posguerra, Jean Cocteau se arriesga, con su habitual entusiasmo, en terrenos marcadamente surrealistas (ese movimiento entonces vanguardista, surgido en Francia alrededor de 1920, que invadió todas las artes, erigido como heredero del romanticismo decimonónico), para ofrecernos esta deliciosa obra maestra, inspirada en el cuento de hadas tradicional de "La Bella y La Bestia", partiendo de la versión escrita por Marie Leprince de Beaumont. Esta maravilla visual es conducida a buen puerto, con muy pocos elementos y recursos, pero con mucha imaginación y talento, así como con la ayuda inestimable del realizador René Clément, acreditado como asesor técnico, y del excelente decorador Christian Bèrard, quien nos conduce por unos escenarios ensoñadores y elegantes. El contraste entre luces y sombras, proporciona un extraordinario vehículo de lucimiento para el director de fotografía Henri Alekan, conocido como "el poeta de la luz", cuyo trabajo comprende un buen puñado de títulos destacados, que van desde "Vacaciones en Roma (1953)" de William Wyler a "El Cielo sobre Berlín (1987)" de Wim Wenders. 

la bella y la bestia

Transcurridos los créditos, que comienzan con la escritura a tiza de los mismos, borrándose y así sucesivamente, en una pizarra, a ritmo de fanfarria musical (obra de Georges Auric), puede verse una claqueta, y antes de empezar, el director Jean Cocteau se adelanta ante la cámara y dice en alta voz al equipo de rodaje, que esperen. El público necesita unos rótulos que explican cómo todo niño cree en mil cosas ingenuas, y que es parte de esa ingenuidad la que se nos pide a los espectadores, para aceptar determinadas reglas en la historia que vamos a ver, y que comienza con el inevitable “Érase una vez...”. Al final de estos rótulos adicionales, aparece la firma del realizador. Poeta, dramaturgo, novelista, pintor, surrealista, Cocteau sólo había realizado un mediometraje, la obra de culto "La Sangre de un poeta (1932)". Es un trabajo equiparable en intenciones y resultados a "La Edad de oro (1930)" de Luis Buñuel con Salvador Dalí, o a "Los Misterios del castillo de Dados (1929)" de Man Ray, piezas claves todas ellas del surrealismo en el cine y auspiciadas las tres, casualmente o no, por la aristócrata familia de Noailles, de ilustre linaje, que ejercieron de auténticos mecenas del arte, salvando las distancias, en términos similares a los Médicis, auténticos padrinos del Renacimiento.

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El mediometraje, una "pieza tan libre como un dibujo animado", en palabras de su autor, constituyó el primer engranaje de su particular “travesía del espejo”, que culminaría con "Orfeo (1950)" y con "El Testamento de Orfeo (1959)". Mucho antes de que aparecieran los efectos animados y digitales, que permiten componer a voluntad cualquier universo o acción de los personajes, y que invaden la versión de Disney de 1991, y la también francesa versión de 2014 (filmada íntegramente en los estudios Babelsberg de Alemania), la película de Cocteau, parte de la coartada que le da la estructura de un cuento infantil, que utiliza para validar ciertas reglas un tanto ilógicas e inaceptables en otras circunstancias. Enseguida, se desmarca de tal condición, configurando un retrato adulto, donde las hipocresías y ambigüedades que edulcoran otras aproximaciones a la historia, desaparecen, en beneficio de un retrato intimista, adulto, honesto con el público, y cargado de simbología, donde elementos surrealistas transitan a sus anchas, con armonía y eficacia narrativa y dramática, en un despliegue de personalidad arrollador. La familia de un mercader venido a menos como consecuencia del naufragio de sus tres buques con toda su mercancía, viven en una modesta villa en el campo.

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Las dos hijas mayores, no se resignan a la nueva situación y aspiran a conseguir un esposo rico. El hijo mayor, Ludovic, y el joven Avenant, juegan despreocupadamente con arcos y flechas, adeudando cantidades importantes a otro usurero mercader. La más joven de las hijas, Bella, asume la tarea de limpieza del hogar y ha consagrado su vida a estar con su padre y tratar de aliviar su pena, rechazando a Avenant. El periplo del padre de Bella, después de haberse perdido, desolado, al haber regresado del puerto, donde parecía haber recuperado uno de sus buques naufragados, (los acreedores le tomaron la iniciativa), en medio de la oscuridad, el viento y la nieve, lo llevará al castillo de La Bestia, una criatura maldita, que habita las desoladoras dependencias y aledaños de una siniestra y majestuosa edificación. En ella, las puertas se abren por fuerzas invisibles, los candelabros están acoplados a la pared, sostenidos por brazos humanos, algunos de los cuales suspenden el candelabro en el aire, para señalarle al anciano donde ha de ir. La chimenea del salón, está sostenida por dos estatuas a modo de pilares, que exhalan humo, mueven la cabeza y miran fijamente. En el jardín, las gárgolas de los perros situadas en hileras por uno de los paseos, parecen sugerir que una vez fueron sabuesos de caza. Será cuando el hombre coge una rosa para su hija Bella, el instante en el que irrumpirá la bestia enfurecida, precedida de su temible rugido. 

la bella y la bestia

Un travelling de acercamiento, que termina en contrapicado, muestra a la criatura del castillo por vez primera. El anciano debe morir por tamaño sacrilegio. La criatura, al saber que el hombre tiene tres hijas, le concede tiene tres días, para que una de ellas venga y ocupe su lugar. Será Bella, montada en el caballo blanco “Magnífico”, provista de una capa y una caperuza, quien afronte el destino que la bestia tenía preparada para su padre. La entrada de la joven en las dependencias del misterioso castillo, está filmada de un modo bien distinto a la de su padre. La joven entra “a cámara lenta”, con movimientos gráciles, que sacuden la capa. Sube las escaleras principales en medio de la oscuridad, sólo se ilumina su trayecto. Cuando llega a un pasillo donde las cortinas se mecen al viento, Bella ya no corre, ni camina... se desliza. La secuencia es todo un precedente estético y visual de la multitud de anuncios comerciales de perfumes sofisticados que invaden las campañas navideñas. La joven, en un principio asustada, pasa al estadio de la simple compasión, para ir transformando su sentimiento en amistad, y finalmente en amor verdadero, lo único que puede salvar a la bestia de su terrible maldición. En manos de Cocteau, la criatura deviene en una metafórica proyección de los demonios y frustraciones que todos llevamos en nuestra alma, o por los que transitamos en algún momento de nuestra vida. 

la bella y la bestia

Cualquiera de nosotros puede ser una versión de la bestia herida cuya redención se produce por una mirada de amor. Cocteau cierra esta peculiar visión del mito, con la paradójica decepción de Bella, cuando la Bestia recupera la forma humana, que se parece y mucho al patán de su pretendiente Avenant, al que visiblemente no soporta. El diálogo al efecto es demoledor: "La primera vez que os cogí en brazos era la bestia...¿sois feliz?. Tendré que acostumbrarme", responde una contrariada Bella, ante la nueva apariencia de su anterior cautivo y actual amor. El pulso creativo, y la imaginería visual del realizador, aportan a las secuencias entre la criatura y la joven, una inventiva absolutamente prodigiosa, que otorga a los diálogos una fuerza muy especial. El plano de la Bestia recogiendo a la joven, que se ha desmayado de la impresión al verle, está encuadrado desde las rejas de la cuadra, dejando muy claro la condición de cautiva de la muchacha. El monstruoso señor del castillo la recoge, la conduce por las escaleras (donde se detiene un instante para contemplarla), hacia sus aposentos, y al entrar a los mismos, el vestido se transforma, en otro de un color blanco inmaculado, símbolo de cómo la criatura ve, fascinado, a su joven prisionera. En la primera cena que ambos comparten, ella está sentada y él de pie, justo detrás de la silla de la joven, que deja clara la fealdad que despide la criatura.

la bella y la bestia

La tensión sexual in crescendo entre ambas criaturas, es captada por la mirada de Cocteau, al seguir a la mujer, explorando los jardines del castillo, hasta que observa, dejando entrever un alto grado de fascinación, a la bestia bebiendo agua, de un modo primitivo y animal, en un pequeño lago. Más adelante, la joven accede a darle de beber a la criatura en sus manos, dejando claro que le gusta hacerlo. La criatura sorbe el agua con auténtico deleite, lamiendo la palma de las manos de la mujer. En otro momento de la película, ambos coinciden ante la estatua en el jardín de un venado adulto con sus enormes astas. Él está ante el lomo de la estatua, y ella delante de la cabeza del ciervo, Bella le dice que prefiere pasear con él a cenar. Destaca la labor del actor principal, Jean Marais, para cuya caracterización del personaje masculino central (también aborda el del joven Avenant y el del príncipe reconvertido en hombre), renunció a colocarse una máscara, sometiéndose a intensas sesiones de maquillaje, entre 3 y 5 horas diarias, que llegaban incluso a cortarle la circulación sanguínea. Un auténtico calvario y sacrificio para el actor. Marais aborda con suma eficacia, la frustración derivada del confinamiento de un príncipe en las formas de una criatura salvaje, cuya mirada pasa del salvajismo a la ternura en perfecta armonía interpretativa.

la bella y la bestia

Conmovedor es el instante en el que la bestia retrocede, ante la mirada de desprecio de Bella, mientras grita "Vuestra mirada...¡me abrasa!,¡no soporto esa mirada!", desvaneciéndose en la oscuridad, en un plano que subraya los ojos del actor. La personal mirada del artista Jean Coucteau sobre el rico universo de la leyenda europea, recoge alguna reminiscencia mitológica, como la nada disimulada referencia a Diana, la diosa de la caza en la mitología romana (el equivalente en la mitología griega es Artemisa). Cuando el joven Avenant, trata de entrar por las vidrieras del techo, furtivamente a la caseta mágica erigida en el jardín, reducto del secreto del poder de la bestia, y también depósito de sus riquezas, la estatua de Diana cobra vida y dispara su arco sobre el joven, transformándolo en una bestia, justo antes de morir. En otro lugar del jardín, la bestia morirá, para resucitar con la forma humana de Avenant. Hay películas que se quedan obsoletas desde el mismo instante de su estreno. Otras, como "La Bella y La Bestia" de Jean Cocteau, permanecerán en nuestra retina durante toda la vida.

Frases para recordar:

"-Me acariciais como se acaricia a un animal.
-Pero... es que sois un animal".

"Por ser una bestia... perdón".

"Soporto su presencia porque me gustaría hacerle olvidar su fealdad".

"¿Vais a ser un cobarde? Yo he visto vuestras poderosas garras. ¡Agarraos con ella a la vida!, ¡defendeos!, ¡levantaos!, ¡rugid!...¡espantad a la muerte!".

la bella y la bestia
la bella y la bestia











Título original: La Belle et la Bête.

Director: Jean Cocteau

Intérpretes: Jean MaraisJosette DayMarcel AndréMila ParélyNane GermonMichel Auclair.

Trailer:


B.S.O.:




Información complementaria:

Reseña escrita por Manuel García de Mesa


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3 opiniones :

Un clásico imprescindible en la historia del séptimo arte. Desconocía el dato de que el director de fotografía, Henri Alekan era el mismo de "Vacaciones en Roma". Tienes toda la razón en que no ha envejecido absolutamente nada esta joya de Cocteau. Excelente reseña. Siempre es un placer leerte, Manuel. Aprendo mucho de tí y de Jesús. Un saludo.

Verónica Merino. dijo...

"Bestia enfurecida con su temible rugido... la joven, en un principio asustada, pasa al estadio de la simple compasión... la criatura deviene en una metafórica proyección de los demonios y frustaciones que todos llevamos en nuestra alma... cualquiera de nosotros puede ser una versión de la bestia herida cuya redención se produce por una mirada de amor" sólo que desde mi punto de vista sería interesante también destacar el arquetipo de la mujer salvaje que deviene en otro tipo de manifestaciones y a las que el cine hasta la fecha ha prestado muy poca atención... al efecto me remito al excelente libro de Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos. Gracias por tan esclarecedora y magnífica reseña Manuel. Un saludo.

Lizz dijo...

Gran reseña de una gran película.

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