Japón, finales
de la Era Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado por sus
superiores al exilio, castigado al destierro por ser compasivo con los
campesinos. A pesar de que su familia emprende la marcha para reunirse con él,
ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por
sacerdotisa, los hermanos Zushio y Anju son vendidos por unos delincuentes como
esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. Los hermanos
serán recluidos como esclavos en un campo de trabajo bajo el mando del cruel
intendente Sansho soportando unas condiciones infrahumanas. Ninguno de los
hermanos sabrá, en principio, el destino de su madre, así como la madre tampoco
sabrá de sus hijos.
Ganadora del
León de Plata en el Festival Internacional de Cine de Venecia de 1954, "El
intendente Sansho" es una de las películas más tristes, bellas y conmovedoras
del cineasta japonés. Ya desde el inicio de la cinta percibimos que el dolor va
a ser un compañero de viaje durante todo el metraje. Obra maestra de Mizoguchi, "El intendente Sansho" está impregnada de
aspectos muy personales de los vividos por el propio director en su infancia.
Cabe recordar que creció en la pobreza, con un padre duro y cruel y que vivió
la venta de su hermana mayor como geisha para poder sobrevivir la familia. A
los dieciséis años de edad se marchó a vivir con su hermana atraído por la
tradición y costumbre de las cortesanas. Así, no es de extrañar que la cinta resulte un doloroso y conmovedor retrato
sobre la crueldad y el progresivo deterioro de la condición humana.
Mizoguchi con su habitual colaborador y director de fotografía Kazuo Miyagawa nos ofrece unas imágenes en blanco y negro de una belleza y lirismo sin igual; en ocasiones, lúgubre y oscura, como las escenas rodadas en el bosque. La música está insertada de forma puntual con empleo de la flauta Shakuhachi, no abunda en exceso, aparece sin condicionar el hilo narrativo, ya por sí solo lírico y explícito y repleto de elocuentes silencios y de largas tomas. Nuevamente, y como seña de identidad, Mizoguchi, el humanista y baluarte de la igualdad de derechos, fija su mirada en la figura femenina, una figura femenina insertada en la machista sociedad japonesa. Oprimida, pero más fuerte emocionalmente que el hombre, mujeres que hacen lo que creen correcto a pesar de que esto les suponga su absoluta caída al abismo Él, a pesar de la degradación total de la condición humana a que expone a sus personajes, como consecuencia de la situación de esclavitud, de la deshumanización de la sociedad, del férreo apego a las tradiciones feudales, y la total privación de derechos, siempre abre un pequeño resquicio de esperanza, de luz, o salvación, tal vez. Kenji Mizoguchi, qué se puede decir de este realizador, ampliamente reconocido y admirado; sus obras hablan por sí mismas, nos legó más de ochenta magníficas obras, a pesar de su prematura muerte a los cincuenta y ocho años de edad y desgraciadamente, un bueno número de sus películas desparecieron en la Segunda Guerra Mundial. Únicamente decir que junto a Akira Kurosawa,Yasujirô Ozu y Kobayashi nos han legado las más bellas, poéticas y dolorosas obras del cine nipón, un cine, al que le tengo una grandísima estima.
Mizoguchi con su habitual colaborador y director de fotografía Kazuo Miyagawa nos ofrece unas imágenes en blanco y negro de una belleza y lirismo sin igual; en ocasiones, lúgubre y oscura, como las escenas rodadas en el bosque. La música está insertada de forma puntual con empleo de la flauta Shakuhachi, no abunda en exceso, aparece sin condicionar el hilo narrativo, ya por sí solo lírico y explícito y repleto de elocuentes silencios y de largas tomas. Nuevamente, y como seña de identidad, Mizoguchi, el humanista y baluarte de la igualdad de derechos, fija su mirada en la figura femenina, una figura femenina insertada en la machista sociedad japonesa. Oprimida, pero más fuerte emocionalmente que el hombre, mujeres que hacen lo que creen correcto a pesar de que esto les suponga su absoluta caída al abismo Él, a pesar de la degradación total de la condición humana a que expone a sus personajes, como consecuencia de la situación de esclavitud, de la deshumanización de la sociedad, del férreo apego a las tradiciones feudales, y la total privación de derechos, siempre abre un pequeño resquicio de esperanza, de luz, o salvación, tal vez. Kenji Mizoguchi, qué se puede decir de este realizador, ampliamente reconocido y admirado; sus obras hablan por sí mismas, nos legó más de ochenta magníficas obras, a pesar de su prematura muerte a los cincuenta y ocho años de edad y desgraciadamente, un bueno número de sus películas desparecieron en la Segunda Guerra Mundial. Únicamente decir que junto a Akira Kurosawa,Yasujirô Ozu y Kobayashi nos han legado las más bellas, poéticas y dolorosas obras del cine nipón, un cine, al que le tengo una grandísima estima.
Título original: Sansho Dayu.
Director: Kenzi Mizoguchi.
Intérpretes: Kinuyo Tanaka, Yoshiaki Hanayaki, Kyoko Kagawa, Eitaro Shindo, Akitate Kono, Masao Shimizu, Ken Mitsuda, Kazukimi Okuni.
Escena:
Reseña escrita por Marilyn Rodríguez
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