TAMBIÉN LOS ENANOS EMPEZARON PEQUEÑOS (1970). Una rareza de Werner Herzog.

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Considerando que todos los cineastas innovadores, rompedores de la forma tradicional de relato cinematográfico pueden ser considerados transgresores, la obra de Werner Herzog debe ocupar un lugar destacado. Este cineasta se considera el fundador del denominado "Nuevo cine alemán" junto con otros cineastas como Rainer Werner Fassbinder.

Desde el inicio de su carrera profesional dejó clara su preferencia por los antihéroes y los personajes singulares, en ocasiones extravagantes para la sociedad convencional. Dichos personajes suelen mostrarse enfrentados al mundo que les rodea, representado como absurdo y cruel. Su lucha permanente contra los elementos los aboca hacia la anulación de su singularidad representada en ocasiones como la muerte.

Siguiendo con la dinámica cinematográfica de Herzog, estamos ante un relato rodado con la impecable fotografía en blanco y negro de Thomas Mauch, mostrado con una naturalidad tan vívida que nos hace dudar de si realmente estamos ante un relato de ficción. Curiosamente son sus escenas más surrealistas y la simbología empleada los únicos referentes que nos alejan del documental entendido como tal.

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"También los enanos empezaron pequeños" es una especie de fábula, de la que cada cual puede extraer las conclusiones que crea convenientes. Comienza mostrando un grupo de enanos, pequeños monstruos como los de Tod Browning, que están encerrados en una finca a modo de correccional donde son maltratados hasta que inician su propia rebelión, grotesca y extrema que les lleva a cometer actos de lo más extravagantes.

La primera escena de la historia consiste en el interrogatorio de uno de los enanos, manejando el tiempo fílmico en flashback, el cual sostiene una placa identificativa y resulta ser el personaje encargado de relatar los hechos acontecidos que abocaron a la rebelión mientras el director se encontraba ausente con un gran grupo de internos en una excursión lúdica. La finca donde viven los enanos está ubicada en plena zona rural, solitaria y de difícil acceso. No se especifica en ningún momento qué tipo de centro es, ni por qué están allí recluidos. Todos son enanos o condrodisplásicos, de corta estatura y diferentes características. Dos de ellos son ciegos. En dicha finca viven rodeados de animales de granja. El paisaje es arisco con algunas palmeras y escasas zonas dedicadas al cultivo. También hay un territorio colindante que parece de lava rocosa.

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A modo de flashback se nos van narrando los hechos sucedidos. El grupo de internos que quedan castigados en el centro sin excursión, están tutelados por la figura del "Educador", otro enano más, que ha considerado oportuno atar a una silla a uno de ellos y mantenerlo en su oficina como rehén. A partir de ahí, el resto del grupo comienza a rebelarse exigiendo que se libere a su amigo. Dejan encerrado a la única figura representante de la autoridad y de las normas. Es entonces cuando se plantea el dilema de la película, ya que si las normas y su figura representante son crueles, mucho más resultan serlo el resto del grupo movidos inicialmente por un fin, pero cuya conducta anárquica y despiadada no deja lugar para diferenciar si es peor el orden o la ausencia del mismo.

Los enanos sublevados protagonizarán toda una serie de acontecimientos grotescos y desmesurados. Situaciones bizarras, que rayan el absurdo y que conllevan la destrucción de todo lo que les rodea. De forma caótica y como si de un juego se tratara, van rompiendo todo aquello que, supuestamente bajo una figura de autoridad nunca se hubieran atrevido a tocar bajo pena de castigo. Todas las situaciones son hilarantes para ellos y las realizan sin ningún tipo de responsabilidad, sin pensar en las consecuencias.

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Esta particular y simbólica odisea se convierte en una rebelión caótica y destructiva. El mayor de los simbolismos es la gradual degradación de los enanos que muestran su lado más cruel, y a la vez humano, conforme avanza el film. Podría deducirse que el espíritu humano, aunque ingenuo, guarda una crueldad innata en él, y que no hay necesidad de ser grande para tener esos impulsos de malicia. La música de Florian Fricke le imprime un matiz aún más inquietante a las escenas.

Éste fue el segundo largometraje del alemán Herzog, un director fundamental en el moderno cine europeo. Este film tan bizarro fue presentado en el Festival de Cannes de 1970. Considerada como una película oscura que inspiró a la mayor parte de los inconformistas de la época, nadie se atrevió a distribuirla y permaneció oculta durante años.

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Este relato no es más que otro ejemplo de su cine. Una sucesión de escenas llevadas al extremo más absurdo, protagonizadas por enanos, que no son de por sí violentos, pero que acabarán siendo demoledores con todo lo que les rodea sin piedad ninguna. Situaciones grotescas y extravagantes, que curiosamente jamás pierden la belleza del encuadre, constituyendo fotogramas espectaculares. Todo está rodado con gran sencillez, sin artefactos, tal como sucede. Ya sea con la cámara persiguiendo a algunos personajes en determinadas escenas, o bien, mediante perfectos encuadres calculados y realizados con cámara fija.

Suele ser una constante en Herzog el llevar sus películas a tales extremos que se cuentan múltiples anécdotas de sus rodajes. Hace a sus actores, o a sus colaboradores, llegar a tal grado de implicación, que en esta cinta uno de sus actores tuvo varios accidentes: Se incendió y fue atropellado. Herzog les prometió que si terminaban la película sin más heridos, él mismo se lanzaría contra un cactus. Al final nadie más resulto herido y Herzog tuvo que brincar al cactus sin piedad,(mencionó que lo más difícil fue salir del cactus).

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Título original: Auch Zwerge haben klein angefangen.

Director: Werner Herzog.

Intérpretes: Helmut Döring, Gerd Gickel, Paul Glauer, Erna Gschwendtner, Pepi Hermine, Gisela Hertwig.


Escena:


Reseña escrita por Bárbara Valera Bestard


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