Concluida la trilogía acerca de la incomunicación humana, compuesta por "La aventura (1960)", "La noche (1961)" y "El eclipse (1962)", el realizador Michelangelo Antonioni, respaldado por el guionista Tonino Guerra, acometió su más ambicioso proyecto que permanece como su mejor propuesta. El objetivo es el retrato del desarraigo del ser humano ante la sociedad capitalista, como marco de la historia de una mujer desequilibrada, Giulianna (Monica Vitti, esposa y musa del realizador, en su cuarta y última colaboración conjunta) y de su particular aislamiento, propiciado por su patológica percepción del, por otro lado, desolador, entorno vital. La historia transcurre en Ravena, al norte de Italia, ciudad al borde del Mar Adriático, que Antonioni relata con una artificial y colorida paleta de colores. De un modo muy pictórico, en definitiva, no deja la menor duda que la otra gran pasión del artista es la pintura. El paisaje retratado en la película hace un particular hicapié en las industrias que representan el progreso, y sus devastadoras consecuencias medioambientales. Los protagonistas masculinos Ugo (Carlo Chionetti) y Corrado Zeller (Richard Harris), son dos ingeniosos universitarios, antiguos compañeros de carrera. El primero, esposo de Giulianna, dirige la industria que visualizamos a lo largo de la cinta, y Zeller es un cualificado ingeniero de minas, que busca personal especializado para llevar a la Patagonia, donde un grupo empresarial para el que trabaja, pretende abrir una refinería de petróleo.
Las enormes chimeneas de las que emana humo amarillo, las inquietantes llamas intermitentes que se desprenden de las diversas instalaciones, acompañadas de un ruido nada tranquilizador (pese a constituir el sonido cotidiano del devenir de la jornada laboral), el entorno desértico alrededor de las instalaciones, cuyos parajes, muy agresivos a la mirada, compuestos de ciénagas claramente contaminadas, unidos a la realidad de una huelga en ciernes de operarios...marcan un entorno de especial crispación. En ese marco, Antonioni, vuelve a componer un apasionante retrato femenino, el de Giuliana, una joven que acaba de superar una grave crisis mental, de la que no se ha repuesto. Casada, pero insatisfecha, con Ugo y padre de un niño de ocho años, con el que tampoco parece conectar (el enorme cariño que le procesa, no parece llegar al niño), ha intentado suicidarse y ha estado recluida en una clínica mental durante un mes. De cara a todo el mundo, el matrimonio comenta que fue un accidente de tráfico y que la joven sufrió un shock enorme derivado del mismo. Giuliana, no discurre como debería. Le conviene un entorno tranquilo, bucólico, sin factores desencadenantes de estrés. Todo lo contrario del que la rodea. La falta de entendimiento con su esposo (otra vez la incomunicación de la pareja, tan enraizada en el cine de su realizador), y con el niño, unido a la falta de superación de la crisis, hace que el aislamiento cada vez sea mayor. Al comienzo de la cinta, acude con su hijo a la industria donde trabaja Ugo. Compra a un operario un bocadillos que éste ya había empezado a comerse y se lo come ella a escondidas incluso de su hijo.
En la visita que realiza a su esposo, irá desfilando por las instalaciones y se verá saltada por ese entorno tan agresivo a su sensibilidad. Así, la mujer ha de caminar entre brotes de columnas de vapor, que la asustan, o entre escapes de aire, que la sacuden y la crispan. Conocerá a Corrado, quien la escucha y parecerá entenderla, pero que simplemente la desea, sin intención de asumir el menor compromiso, pues el ingeniero pasa fugazmente por los sitios, lugares y personas, huyendo de los problemas. Antonioni se vuelca en visualizar el retrato de esta mujer. Para ello, se recrea en la elaborada artificialidad visual del entorno, compuesto de esa paleta de colores chillones, saturados, muy agresivos, que marcan los distintos contrastes de tonalidades en los desoladores parajes alrededor de la fábrica, con tierras rojizas, árboles violetas, aguas espesas y ciénagas siniestras, de colores negros y marrones. Las barras metálicas rojo chillón de los pasillos de las instalaciones, o incluso, de los buques, o los aparentemente inofensivos barrotes de la cabecera de la cama, o el contante cielo gris...en armonía con las frías calles adoquinadas de la ciudad de Ravena, afectan y hacen mella en la débil mente de la mujer. Tales gamas de colores y de objetos, aparecen, o justo detrás de los personajes, o se interponen en el primer plano, de un modo notoriamente molesto para el espectador. Reflejan perfectamente cómo el entorno molesta particularmente a la desquiciada protagonista. A ello hay que añadir el maravilloso trabajo de sonido. La pista de audio, está compuesta de extractos de sonido electrónico, que se van tornado progresivamente desquiciantes y ensordecedores. Todo ello con el claro y metódico fin de narrarnos el sufrimiento de esta mujer, desquiciada, en dirección al aislamiento total, hacia la locura, en definitiva.
La intensidad de los colores, así como las variaciones sonoras que escuchamos, son claras deformaciones de la realidad que sólo existen en su mente. El paraje desértico por el que caminan los personajes, y en particular Giuliana al comienzo y final de la película, alrededor de la fábrica, es el paradigma del desierto emocional que sufre la joven. El sensacional tratamiento del entorno, confiere a la película una personalidad única. Puede apreciarse, la firme y personal labor del realizador, en la secuencia de la reunión de varias parejas, entre ellos Ugo y Giuliana, a la que acude igualmente Corrado, en una cabaña de madera, pegada al mar y a un muelle. En ella hay una habitación, compuesta de tablones de madera, pintados de color rojo chillón hacia dentro y de blanco hacia fuera (hacia el salón). En ella hay un colchón enorme que ocupa toda la habitación y donde retozan y se entremezclan los personajes, se acarician hombres y mujeres, entregándose a un conato de orgía, que no termina de consumarse (bajo la inhibida mirada de Corrado, que sólo tiene ojos para Giuliana). Por fuera de la cabaña. a través de la ventana, una carguero enorme atraca justo delante. Después de arrancar unos cuantos tablones de esa habitación, para quemar en la chimenea del salón, debido al frío que hace, la secuencia termina con unos magníficos planos de Giuliana entre la niebla, confusa, espera, engullida por la modernidad, el progreso y su propia locura. Los paseos de Giuliana y Corralo por la fría y gris calle adoquinada de la ciudad, o por los contrastados parajes desérticos, contribuyen de un modo fascinante a percibir la angustia y la tristeza de la mujer.
La escapista historia que Giuliana le cuenta a su hijo acostado en su cama, y que los espectadores podemos visualizar, funciona como magnífica expresión de la desolación emocional. La voz en off de la mujer cuenta a su hijo, con mucho desconsuelo, cómo una joven acude todos los días a una playa limpia, de aguas cristalinas y transparentes. Una caleta idílica, de arenas amarillas, donde se tumba y toma el sol hasta el atardecer. Un paraje de ensueño y enorme belleza, con un velero de fondo, como si fuera un motivo pictórico. Todo ello muy alejado de los objetos molestos, ruidos tronadores y colores agresivos que hieren la mente de la mujer. El mundo ideal de la calma y quietud que sin duda encestaría Giuliana para reponerse, lejos de su aterrador entorno vital, sin duda peor de lo que realmente es, gracias a la proyección de su mente enferma. Para llevar a cabo esta ambiciosa película, una obra antes de imágenes y de sensaciones, que de palabras, consciente del uso premeditadamente artificial de la tonalidad, el realizador no dudó a la hora de elegir el formato Technicolor, inventado en 1916, y por supuesto mejorado con los años, fácilmente reconocible por el nivel de saturación de los colores.
El formato, curiosamente en los años sesenta, se estaba dejando de usar en Hollywood por considerarse demasiado caro y lento a la hora de producir copias. Para acometer este complejo y ambicioso trabajo. Antonioni contrató al director de fotografía Carlo Di Palma ( a quien llamarían cineastas de la transcendencia de Sidney Lumet o Woody Allen, escandilados por su maravilloso trabajo en la película que nos ocupa), todo un experto en el formato de colores saturados. El resultado, coherente con la afición a la pintura del director italiano ( a la que se entregó incondicionalmente en los últimos años de vida), es una de la grandes obras maestras del cine universal, surgida de la mente de un visionario realizador, cuya peculiar, y personal mirada, ha contribuido en gran medida, a la evolución del lenguaje del cine.
Frases para recordar:
"Si yo tuviera que marcharme para siempre, y no volver más, te llevaría también a ti...si, porque ya formas parte de mi...de lo que me rodea...".
"Si Ugo me mirase como tú lo haces...habría entendido muchas cosas".
"Ayúdame...¡ayúdame por favor! Tengo miedo de no conseguirlo...tengo miedo".
"No te pongas así, cálmate. ¿De qué tienes miedo?"
"De las calles, de las fábricas, de los colores, de la gente...¡de todo".
Título original: ll deserto rosso.
Título original: ll deserto rosso.
Director: Michelangelo Antonioni.
Intérpretes: Monica Vitti, Richard Harris, Carlo Chionetti, Xenia Valderi, Rita Renoir.
Trailer:
Información complementaria:
Monica Vitti
Monica Vitti
Reseña escrita por Manuel García de Mesa
1 opiniones :
Peliculón de Antonioni. Me gusta mucho este director. Una peli fría y confusa. La relación de los protas es especialísima: ella con su problema emocional y él con su atracción hacia la mujer. Nos muestra un mundo en cambio que no todo lo que ofrece es bueno, y menos (como comentas en tu excelente entrada) para una mujer con un desequilibrio que nos lleva a la lástima. Un abrazo.
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